Entendiendo la posesión como la presencia no deseada de una fuerza demoniaca o maligna al interior
de un cuerpo, objeto o lugar, el exorcismo se presenta como el único ritual capaz de poner fin a
esta situación, combatiendo y expulsando dicha presencia, liberando de ella al poseído y salvándolo
de sus nefastas consecuencias. A lo largo de la historia humana, todas las culturas presentes en
nuestro mundo han erigido a sus dioses y sus formas de adorarlos, pero como en toda creencia existe
una contraparte, también los llamados demonios, espíritus o fuerzas malignas que han tomado su
lugar en este juego de poderes, convirtiéndose en el objeto de temor para cada una de ellas. Y es
que cuando estas fuerzas oscuras deciden hacer presencia en nuestro mundo y tomar como suyo el
cuerpo de su desdichada víctima, se debe actuar con prontitud en procura de luchar en su contra y
hacerlo retroceder de nuevo a las oscuridades de donde nunca debió aventurarse. El
rito del exorcismo
ha sufrido variaciones a lo largo de los tiempos y difiere en algunos detalles entre un pueblo y
otro, pero básicamente su procedimiento es el mismo para todos y consiste en la expulsión de la
entidad invasora, por medio de procedimientos previamente establecidos y la utilización de
oraciones y objetos sagrados, que canalicen el poder de Jesús y obliguen a la entidad maligna a
liberar a su víctima y no causarle más daño. Para ello es necesario un sacerdote debidamente
autorizado por la iglesia, que deja esa potestad a sus Obispos, los cuales designarán al más
apropiado entre sus filas, el cual deberá, como primera medida, comprobar que los síntomas o signos
que presente el paciente no sean otra cosa que consecuencias de un trastorno o enfermedad mental,
en lugar de una verdadera posesión maligna, caso en el cual el paciente tendría que acudir en busca
de ayuda médica, antes que a la presencia de un enviado de la iglesia. Este proceso ha sido
resaltado de vital importancia, puesto que no han sido pocas las ocasiones en que se ha confundido
un problema psicológico o mental, con una posesión, casos en los cuales habría podido hacerse más
por medio de la utilización de rutinas médicas especializadas, antes de someter al paciente a una
serie de ritos innecesarios y en muchos casos contraproducentes y agravantes, o peor aún,
directamente dañinos para la integridad física de la persona, que se ve sometida a una serie de
prácticas o procedimientos que en nada favorecen su situación y no hacen más que profundizar su
problema. Por ello la iglesia católica es tan celosa con la aprobación de esta clase de ritos y
solo en caso de ser comprobado fielmente la posesión y descartada cualquier posible causa natural,
se autoriza a su utilización.
Una vez se ha comprobado que no se trata de ningún padecimiento mental o de
salud, se procede entonces con el
exorcismo.
El sacerdote autorizado, que en todos los casos deberá ser un profundo conocedor del tema, dará
inicio al ritual, siempre regido por lo establecido en el «Rituale Romanum», documento en el cual
se establece el procedimiento a seguir en muchos de los ritos católicos y entre ellos, el que nos
atañe en este momento, el exorcismo, como ritual de liberación ante una
posesiones-demoniacas.
El clérigo se regirá entonces por el procedimiento allí consignado y que podría resumirse de la
siguiente manera, pues describirlo en su totalidad consistiría en una tarea titánica y como ya se
ha mencionado, solo algunos conocen al dedillo.
Se estipula que el sacerdote deberá estar debidamente ataviado y su vestimenta
coronada por la estola morada, al momento de presentarse en el lugar del ritual, habiéndose
encomendado a Dios con anterioridad e invocando su ayuda divina. Una vez en el lugar, el sacerdote
que oficiará el ritual bendice a la víctima y a las personas que la acompañan, preparándolas para
lo que está por suceder, valiéndose de unas breves palabras y las oraciones establecidas,
encaminadas a pedir a la presencia no deseada para que abandone el cuerpo que ha tomado sin
permiso. Posteriormente los rociará con agua bendita, como primer paso, antes de acercarse al
poseído y tocarlo con un objeto sagrado, generalmente un crucifijo, e iniciando con ello el
exorcismo. Algunas versiones aseguran que se debe añadir sal al agua, como medio de protección para
los ataques del enemigo, mientras que otras la presentan como medio de rememorar el bautismo en la
fe cristiana. El sacerdote intentará conectar entonces con el demonio o presencia, que se ocultará
hábilmente, intentando mantenerse fuera de su alcance y ocultando con ello su verdadera identidad,
hasta el momento en que se vea obligado a mostrarse y revelar con ello sus verdaderas intenciones.
Hay infinidad de historias que describen este momento, relatándolo algunas como la presentación de
pequeñas manifestaciones, mientras que otras describen fenómenos de mayor fuerza, donde se
evidencian voces, palabras extrañas y obscenas, así como movimientos agresivos de la víctima y
fenómenos sobrenaturales violentos, al tiempo que el encargado continúa con el ritual y da paso a
la siguiente etapa, en la cual luchará contra la presencia y obligará a ésta a dejar el cuerpo que
ha tomado, valiéndose nuevamente de sus oraciones y los objetos religiosos que ha preparado,
mientras ambos luchan por el alma del desdichado. Esta etapa consiste en la parte más arriesgada
del rito, pues la entidad demoniaca se negará a obedecer y hará uso de toda clase de artimañas para
su propósito, mostrando su máximo poder y exponiendo al torturado y a los presentes a sufrir daños
y afectaciones tanto psicológicos como físicos, llegando a ser estos de extrema gravedad. Es
entonces al final y luego de una gran batalla, que el sacerdote consigue expulsarle y con ello dar
por terminada la sesión, liberando a la persona de su carga y regresando las cosas a la normalidad,
luego de asegurarse de que el demonio o entidad ha desaparecido, para bendecir de nuevo a los
presentes y retirarse luego del deber cumplido.
Este procedimiento es esencialmente el mismo en cualquiera de las religiones
alrededor del mundo, pues a pesar de contar con procedimientos y características diferentes, e
incluso algunos cambios radicales, según cada una de ellas, el objetivo no es otro que librar al
poseído de su indeseado visitante, al tiempo que éste lucha por no desprenderse.
Debe aclararse que todo lo anterior ha sido simplemente transmitido en historias
de oído a oído y que
no está científicamente comprobado
que, ni el ritual en sí mismo, ni sus procedimientos, sean situaciones reales y a quienes continúan
poniendo en duda su veracidad, entre los que se encuentran incluso miembros de la propia iglesia,
por lo que es un tema que debe tratarse con especial cautela y prudencia. |